¿Quién coño está haciendo tanto ruido? ¡Joder, me duele la puta cabeza! Nunca más vuelvo a beber tanto. Qué gracioso que cada vez que tenga resaca diga lo mismo. Se vuelven a oír ruidos molestos. Bufo y quito la almohada que está posicionada debajo de mi cabeza, colocándola encima de ella. Coño, parece que el cerebro me haya explotado y los trozos estén pinchando contra las paredes de mi cráneo, reclamando libertad. ¿Qué coño digo?
Me voy a cagar en toda la puta banda. Saben que tengo resaca, y saben que si no quieren perder sus pelotas, más vale no molestarme en todo el día. Seguro eran los gilipollas de Bonanno, Costello y Sansone; tres subnormales que me hacían el trabajo sucio en Italia y que habían llegado hace nada, con los frutos de esos ‘’trabajillos’’. Puede que fuesen buenos y más mayores que yo, pero estaba claro que yo les superaba y que, aunque les jodiera, debían obedecer las órdenes de un ‘’niñato’’ como yo. Quizás ellos me doblaban la edad, pero mi cerebro pensaba más por sí solo, que los de esos tres subnormales juntos. Qué asco me daban. Y no eran los únicos.
Sentí como alguien abría la puerta de mi habitación. ¡Me cago en la puta! Me voy a cargar al que se haya atrevido a entrar. Saben que mi habitación es territorio sagrado. Pones un pie en ella, y te mato. Lo digo muy en serio. Se lo deje muy claro a todos. Mi habitación era mi espacio personal, el único sitio donde seguía siendo yo. Y reconozco que una de las razones por las que no quería que entraran, era para que no vieran que tenía la habitación típica de un chico de diecinueve años. Me daba vergüenza y manchaba mi imagen de tipo duro. No es que fuese infantil, pero si tenía algún que otro objeto de cuando era pequeño y la había decorado a mi gusto. Por eso quien la viera, no podía vivir para…
Mis pensamientos se interrumpieron cuando sentí como las sábanas se pegaban a mi espalda desnuda y sentía un frío repentino por todo el cuerpo, mientras algo sólido y aun más frío resbalaba por todo mi cuerpo. Hielo. Cubitos de hielo. Agua helada con cubitos de hielo. Me habían tirado una jarra o un cubo lleno de agua helada con hielo. ¿Pero es que no aprecian su vida? ¿Esto cuenta como intento de suicidio, verdad? Porque quien me haya hecho esto, no sale vivo de aquí. Sea quien sea.
— ¿PERO TÚ QUE PUTO RETRASO TIENES? ¿ES QUE TE CAÍSTE AL NACER? — grité furioso, mientras me levantaba rápidamente de la cama. Y cuando vi quién era la persona causante de que estuviese empapado de pies a cabeza, me paralicé. Su pequeño cuerpo se carcajeaba delante de mí.
— Buenos días a ti también, Bieber. — dijo sarcástica. Dejó la jarra vacía cuyo anterior contenido ahora se encontraba resbalando por todo mi cuerpo. Calmé mi respiración y me cruce de brazos, frunciendo el ceño.
Sé que dije que mataría a la persona que me había hecho esto, fuese quien fuese. Pero bueno, no suelo cumplir mis promesas y no pensaba cumplir esa, os lo aseguro. ¿Cómo iba a matar a mi mejor amiga? La rubia seguía riéndose en mi cara. Mira que llego a quererla y a odiarla al mismo tiempo.
— De la Cruz, ¿qué cojones estás haciendo aquí? — le pregunté, más calmado. — ¿Eres consciente de que estaba a punto de matarte?
— Vaya, yo también me alegro de verte ‘’mejor amigo’’. — dijo, ignorando mi pregunta anterior. Suspiré.
— Creí que llegabas mañana por la noche.
— Y así era, pero no podía esperar más y justo había un vuelo de urgencia esta madrugada, así que decidí cogerlo. ¿No te alegras? — me miró acusadoramente.
— Repito: creí que llegarías mañana por la noche. Deberías haberme avisado, al menos. — me justifiqué por haberla gritado, no sabía que era ella. — Y claro que me alegro, tonta.
— Quería que fuese una sorpresa. Ni yo sabía que había un vuelo de urgencia destino Los Ángeles hoy mismo. Lucky se enteró, y aquí estamos. — explicó.
— ¿Lucky está aquí? —pregunté, sorprendido. Marina de la Cruz y Lucky podían considerarse mis mejores amigos, al menos dentro del mundo de la mafia. Conocía a Marina desde que éramos unos mocosos, y sin querer la arrastré a este mundo. En realidad, por su cabezonería, decidió seguirme, a pesar de que hice todo lo posible para evitarlo.
— Sí, y tiene muchas ganas de verte. — me respondió.
— Creí que solo venías tú. — dije, confuso.
— También creías que llegaba mañana. Pero como puedes observar ha habido un cambio de planes. — antes de que pudiese abrir la boca para preguntar qué pasaba, Marina me contestó, como si me hubiese leído la mente; cosa que parecía que hacía siempre, ya que ella me conocía mejor que nadie, incluso mucho más que yo. — A Lucky lo están buscando por cargarse a Jiménez. — al escuchar eso, abrí mis ojos por la sorpresa.
— ¿Ha conseguido cargarse a Jiménez? — dije, incrédulo. Jiménez era un capo muy importante. Casi tanto como yo. Él y yo siempre nos habíamos llevado mal. Ya que yo controlaba media España, y él la otra mitad. Por supuesto él controlaba muchos más territorios, pero le jodía que un simple niñato como yo, tuviese la mitad de su país en sus manos. Obviamente, me subestimaba. Me doblaba o triplicaba la edad, y era un prepotente de mierda. Nuestras bandas tampoco tenían mucha simpatía, pero guardábamos las distancias. Nosotros no les tocábamos los cojones, ellos no nos los tocaban a nosotros. Y además, a ambas partes nos beneficiaba que nos llevásemos ‘’bien’’ a la hora de hacer negocios. Solo que esta vez, Jiménez nos debía una gran suma de dinero por haber perdido la mercancía que nos íbamos a repartir. Toneladas de todo tipo de drogas que os podáis imaginar, perdidas en las profundidades del océano. Espero que los peces se lo pasen bomba ahí abajo con toda esa mierda. Por supuesto, fue todo culpa de Jiménez. Él tenía que encargarse de transportar la mercancía de Japón a España. Perdió nuestra parte junto a la suya, así que al menos nos debe el dinero que le pagamos a Yakuza. La mitad. Se negaba a pagarnos. Así que teníamos que tomar represalias, y para nadie de mi banda era un inconveniente. Era consciente de que Jiménez era muy difícil de pillar, pero matar a algunos de sus chicos no nos costaría nada. Así que era imposible que Lucky se lo hubiese cargado, no podía ser. — Eso es imposible. — terminé de hablar.
— No es imposible, Justin. Lo hemos conseguido. Ideamos un plan. Un buen plan. Lucky estaba furioso, sabes cuánto odia a los Jiménez después de lo de Ainhoa. Lo teníamos todo preparado y calculado. Fue un mérito de todos, por supuesto, pero el gran golpe lo dio Lucky. Puede parecer increíble, pero Jiménez está ahora donde le correspondía estar desde un principio. Por supuesto, puedes imaginar que quien busca a Lucky no es la pasma.
— La hija de Jiménez, ¿verdad? — aun seguía aturdido por lo que acababa de escuchar. Lucky se había cargado a uno de nuestros mayores enemigos. Creo que tendré que hacerle una buena fiesta, se lo merece.
— Así es. Y su hermano mayor más toda su banda, por supuesto. Un hecho así no lo iban a pasarlo por alto.
— Debisteis haberme avisado. — me jodía un poco el hecho de que no hubiesen contado conmigo para una cosa tan importante, me hubiese encantado cargarme a Jiménez con mis propias manos.
— Si lo hubiésemos hecho, te abrías cargado tú a Jiménez en vez de Lucky. Sabes que ese tema es muy personal para él. Le prometí que no te meteríamos en esto. — me miró suplicante, pensando en que me pondría furioso porque no habían querido que me metiera. Una parte de mi quería enfadarse, pero otra sabía que no tenía ningún derecho en este asunto, a pesar de ser el jefe.
— Me encanta la confianza que me tienen mis ‘’mejores amigos’’. — me crucé de brazos.
— Justin… — Marina bufó. — No te comportes como un crío. Yo quería decírtelo, pero Lucky hizo que se lo prometiera. Estaba entre la espada y la pared. Y al final hice lo que creí correcto, y no me arrepiento. Sé que te encantaría haber sido tu quien mandase a la tumba a Jiménez, pero Lucky tenía más derecho que tú. — como siempre, ella sabía hacerme entrar en razón. Pero eso no quitaba el hecho de que no habían confiado en mí.
— Una cosa no quita la otra; si me hubieseis pedido que me mantuviese alejado, lo hubiese hecho. — Marina frunció el ceño y me miro acusadoramente.
— Acabas de decir la mentira más grande que te he escuchado decir.
— Bueno, vale. Me hubiese lanzado a por Jiménez. Os lo dejo pasar esta vez, porque era muy personal. Pero que no vuelva a ocurrir. Sois mis amigos, pero sigo siendo vuestro jefe. Y esto podría haber acabado en una desgracia, sabes lo impulsivo que es Lucky. — antes de que siguiera con mi discurso, la rubia me interrumpió.
— Igual que tú, ¿no? Sabes que para este tipo de situaciones, Lucky tiene mucha más cabeza que tú.
— No creo que con esta situación en concreto tuviese más cabeza que yo. Y antes de que me interrumpas para sermonearme otra vez, déjame terminar de sermonearte yo a ti. — Marina bufó y puso sus brazos en jarras. — Tranquila, luego sermonearé a Lucky. — una media sonrisa escapó de los labios de mi rubia amiga y no pudo hacer nada para disimularla. — Como iba diciendo, ha sido arriesgado lo que habéis hecho. Pero os felicito. Y solo os pido que no volváis a hacerlo. No es bueno mezclar lo personal con los negocios, lo sabéis. Y espero que seáis conscientes de que habéis empezado una guerra. No debemos subestimar a la hija de Jiménez.
— ¿Por qué crees que hemos venido en cuanto hemos tenido la ocasión? Aunque creo que no ha servido de nada, estoy segura de que la hija de Jiménez nos sigue bien la pista. — se mordió el labio, intranquila.
— ¿Ahora tenéis miedo? Ya entiendo, habéis venido aquí para que el tío Justin os proteja ¿verdad? — bromeé.
— Serás idiota. No tenemos ningún miedo, pero no somos estúpidos. Poca gente se atreve a meterse contigo, y lo sabes. De momento, aquí estamos a salvo.
— Vaya, me ofendéis. — puse una mano en mi pecho dramáticamente, mientras Marina ponía los ojos en blanco. — Solo os intereso cuando me necesitáis. — La rubia río.
— Eres toda una reina del drama.
—Ay si, o sea es que ayer se me rompió una uña y no lo supero. — puse voz aguda y de pija, haciendo movimientos raros con mis manos a lo que Marina estalló en carcajadas.
— Idiota. —dijo aun riendo, acercándose a mí y rodeando mi cintura con sus brazos, uniéndonos en un abrazo. Yo pasé mis brazos por sus hombros y la estreché más contra mí, recostando mi cabeza encima de la suya.
— Enana. — sonreí y besé su cabeza. Ella me dio un pequeño golpe, que apenas noté, en el pecho. No le gustaba que le llamase enana, pero es que le sacaba una cabeza y media.
— Te he echado de menos. — me miró y sonrío.
— Y yo a ti, mucho. — besé su frente. Nos quedamos un rato así, en un silencio para nada incómodo, yo acariciándole el pelo y ella a mí la espalda. La quería muchísimo, era como una hermana pequeña para mí. Una de las pocas personas que más me importaban de este mundo.
Mi barriga hizo unos ruidos fuertes, rompiendo el silencio y reclamando que comiera algo ya. Marina se separó de mí riendo.
— Algo me dice que estás hambriento.
— Para nada. — mentí.
— Nana ha hecho tortitas. — me sonrío, cómplice. Nana era como una segunda madre para la banda. Aunque para mí, era más una dulce abuela. Ella me vio nacer, ayudó a mi madre a criarme. Siempre estuvo ahí, la quería muchísimo. Incluso hoy en día sigue aquí, después de la mierda en la que estoy metido. Me odio por meter a Marina y a Nana en éste mundo. Puede que Nana no esté metida en los negocios, pero tiene conciencia de ellos, así que está igual de hundida en la mierda como yo y los demás. Pero en fin, mujeres. No puedes luchar contra su cabezonería, tengan la edad que tengan.
— Creo que me has convencido, vamos. — sonreímos los dos y entrelacé mi mano con la mano que me ofrecía Marina.
Bajamos hasta el salón y pude oler las tortitas desde esa sala bastante apartada de la cocina. Olía deliciosamente bien. Mi barriga volvió a protestar. Extrañamente, no había nadie abajo. Fuimos hasta la cocina, y entendí la ausencia de la banda en cuanto entré. Estaban casi todos en la cocina. Menos mal que era enorme. Bonanno, Costello y Sansone disfrutaban de las tortitas de Nana en una punta de la gran isla que había en el centro. Nadie puede resistirse a Nana, incluso el tipo más duro del mundo caería en sus encantos de abuela llena de ternura. Todos le tenían un respeto enorme, y más sabiendo el gran cariño que yo sentía por ella. Más les valía que siempre fuese así, o se las verían conmigo. Sam, Simon y Scott estaban en la otra punta de la isla, enfrascados en una conversación. Seguro que hablaban de salir esa noche, de algún partido de béisbol o cualquier deporte, de chicas o cualquier tema estúpido. Acabaría en una discusión, como siempre, ya que los tres eran hermanos. Les encantaba chincharse entre ellos. Eran de los pocos que me caían bien de la banda. Sam tenía mi edad, Simon tenía veintidós y Scott era el mayor, veinticinco años. No eran tan amigos como Marina y Lucky, pero lo eran. Siempre me los llevaba a ellos cuando salíamos a hacer trabajos o contaba con ellos para idear planes. Eran muy buenos en su trabajo. Se hacían llamar entre ellos ‘’los triple S’’. Sí, muy cutre, pero era más una broma que algo en serio. Yo siempre bromeaba con ellos, diciéndoles que eran tres ‘’Supermans’’. Lo que es gracioso, porque ayudar a la ciudad, lo hacían. Pero a caer.
Sam era muy bueno en estrategias. Tenía un cerebro privilegiado. Incluso era más listo que yo. También sabía mucho sobre armas y era un verdadero pirómano. Simon se encargaba de los ordenadores. Era un gran hacker. Hacía cosas que parecían imposibles con un solo ordenador en sus manos. Y Scott se encargaba de la fuerza, aunque también era muy listo e incluso sabía más de armas que Sam. Físicamente, no se parecían en nada. Y este hecho era porque no eran hermanos de sangre. Los tres eran adoptados. No había mucha diferencia de edad, así que se conocieron y pronto fueron inseparables, en el orfanato. Tanto, que un día llegó una pareja dispuesta a adoptar a un crío y se llevo a dos más. Sus padres adoptivos murieron ya hacía bastante tiempo y Scott tuvo que arreglárselas solo. Tuvo que meterse en esta mierda para que los servicios sociales no los separaran a los tres. Pero bueno, eso es una larga historia.
En el medio de la isla estaban Jackie, Brooke y Phoenix. Junto a Marina, eran las únicas chicas que me importaban de la banda. En realidad, las únicas importantes, ya que las demás solían ser putas personales que nos conseguíamos –sí, yo también me incluyo en el grupo de cerdos machistas que se aprovechan de cualquier tía-, también llenas de mierda hasta el cuello.
Brooke tenía veintiún años. Era la más mayor de todas. Tenía el pelo largo hasta los hombros y un poco más abajo, ondulado y de color negro. Su tez era pálida y sus ojos marrones café. Era muy dulce con todo el mundo, pero mejor era que no la enfadaras. En serio. Podía pasar de ser la chica más dulce a ser el mismísimo diablo.
Phoenix tenía veinte. Su estilo era muy diferente al de Brooke, tanto como el carácter. Era tierna y espontánea, pero solo con la gente a la que le tenía confianza. Llevaba el pelo teñido de rojo, un rojo fuego, un rojo llamativo. El color de sus ojos era verde. Tenía un estilo alternativo, muy diferente al dulce y pasteloso de Brooke.
Y luego estaba Jackie. Jackie era muy diferente a todo el mundo, prácticamente. Diecinueve años. Tenía un estilo algo raro, como una mezcla entre lo gótico y el punk. Simplemente, me encantaba. Era preciosa. Tenía el pelo corto y negro. Sus labios eran muy rosados y tenía pecas por toda la cara, pero no en exceso. Era algo que le hacía tener algo especial. Sus ojos eran azules verdosos, o verdes azulados. Eran una mezcla rara entre azul y verde. Todo en ella te llamaba la atención. Su carácter me recordaba al mío. Se mostraba dura y le hacía la vida imposible a quien la molestaba o simplemente le caía mal. Era muy buena en eso de hacerle la vida imposible a alguien. Estuve con ella. Jugué con ella. La hice sufrir. Me enamoré de ella. Ella me pateó los huevos y ahora apenas me dirige la palabra. Pero supongo que me lo merezco, y mis huevos también. Ya hace tiempo de eso e intento ganarme de nuevo su confianza, pero con una chica así, cuesta mucho. No voy a negar que aun me gusta, pero estoy intentando superarlo. Al menos ya no estoy enamorado. El problema es que, por muchas tías que me lleve a la cama, ninguna es como Jackie. Ninguna es Jackie; ese es el problema.
Podréis pensar que solo son simples chicas, a primera vista eso es lo que piensan todos. Si están dentro de esta mierda es por algo, no por aparentar o para follarse a cualquier tío de la banda; y no les han faltado oportunidades ni babosos que van detrás de sus culos. Pueden parecer frágiles, o ‘’angelitos’’ por así decirlo. Pero las apariencias engañan. Para nada son lo que aparentan. No quieras conocerlas enfadadas. Ni si quiera te arriesgues a conocerlas, porque si les caes mal, irán a por ti. Y amigo, si hay algo peor que un trío de tíos puro músculo que quieren patearte el culo, es un trío diabólico de tías que quieren patearte las pelotas. Créeme.
A esas tres se le sumaba Marina, que no se quedaba atrás. Siempre habían sido muy buenas amigas, a pesar de que Marina pasaba mucho tiempo en España. Y cuando se veían y juntaban todas, sálvense quien pueda. Así que ahora que estaba Marina, tendría que tener un ojo encima de esas cuatro peligrosas chicas. Mis chicas.
Aunque ¿de qué me quejo yo? Ahora con Lucky, seríamos cinco. Y nosotros tampoco es que fuésemos unos santurrones. Oh, qué bien nos lo íbamos a pasar todos juntos. Volvía a ser como al principio. Estos son mis amigos, mis hermanos, mi familia. Dentro de toda esta mierda, al menos les tengo a ellos.
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Espero que os haya gustado. Lo he intentado hacer largo, para recompensar. Sé que parezco tonta, hace nada he subido una entrada pidiendo disculpas por tardar, y que no tengo inspiración, blabla. Y ahora aquí estoy, subiendo el capítulo dos. No sé, justamente me ha venido ahora la inspiración. JAJAAJAJAJAJAAJAJ sí, olé yo. En fin, quiero dedicarle este capítulo a mi patatita sexy, Marina. Te quiero.
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