Prólogo.

Ella, una chica que continuamente está luchando contra todo tipo de obstáculos. Muchas veces se cae, pero siempre se levanta. Su vida no es la más fácil, pero sabe que tampoco no es la más difícil. Intenta ser positiva, pintarse una sonrisa cada día, por muy falsa que sea, y sobretodo intenta mantenerse fuerte. Diecisiete años luchando. A cada día, a cada hora. Desde el momento en que nació. ¿Por qué debería parar ahora? ¿De qué serviría todo lo que se había esforzado, si ahora se derrumbaba? Ella llevaba ya años preparándose para esto. Sabía lo que le esperaba al cumplir dieciocho años. Lo sabía desde que tenía doce años. Y ahora debía ser más fuerte que nunca y afrontar su destino. Todos tenemos nuestro destino, y aunque no nos guste, es lo que nos ha tocado. Es la vida. Y debemos seguirla. Pero puede cambiar. 

Él, dueño de un mundo al que nunca quiso pertenecer, pero que se vio obligado a hacerlo. Es impulsivo, agresivo, irrespetuoso, narcisista, hipócrita, no tiene corazón, no tiene sentimientos, frío, una piedra. O esa es la máscara que con mucho pesar, se pone cada día. Y hace que cargue con un gran peso sobre los hombros. Veréis, existe una conexión fundamental entre lo que uno parece y lo que uno es. Todos nos convertimos en lo que fingimos ser. Todos nos contamos una historia sobre nosotros mismos. Siempre. Continuamente. Esa historia es lo que nos convierte en lo que somos. Nos construimos a nosotros mismos a partir de esa historia. Y él mismo se había construido su historia, a partir de lo que la gente deseaba –o temía- que fuera. La gente lo tenía por un malvado, un ser sin corazón, y él interpretaba ese papel a la perfección. Lo interpretaba como si llevará una máscara, pero al final se lo creyó. Su ficción se convirtió en realidad. Pero eso ¿puede cambiar?